Fernández, quien siempre consideró a Jiménez su verdadero y único padre, lo había contactado dos días antes de la tragedia para decirle que le iba a avisar sobre la fecha de su próxima apertura.
“No sé todavía si será domingo o lunes, pero quiero que vengas a verme al parque”, le dijo Fernández al hombre con el cual tuvo contacto por primera vez cuando apenas tenía tres meses de nacido, pero de quien no se separaría nunca.
Jiménez le contestó que no iba a faltar por nada del mundo y cuando a las 6 a.m. sonó el teléfono en la casa familiar de Tampa, pensó que era José, sin saber que le aguardaba la noticia más triste del mundo.
“Se me vino todo abajo, porque eso es algo que ningún padre quiere escuchar”, comentó entre Sollozos Jiménez. “Todavía me resisto a creerlo y pienso que en cualquier momento despertaré de esta pesadilla”.
La historia de Fernández no puede explicarse sin la presencia de Jiménez, quien desde que tuvo un noviazgo con la madre del lanzador, sintió un afecto especial por aquel bebé que apenas balbuceaba palabras.
Incluso, cuando la relación entre la madre de Fernández se acabó, Jiménez nunca dejó de visitar la casa y ocuparse del chico, que poco a poco dejaba entrever su talento en los terrenos de su natal Villa Clara.
“En casa siempre decíamos que era un niño grande, pero José siempre actuó como si tuviera más edad que la real y su madurez asombraba a todos”, recordó Jiménez, quien salió de Cuba antes que Fernández y su madre para establecerse en el área de Tampa. “Siempre me sentí orgulloso de él, como si fuera mi sangre”.
Al igual que Fernández, Jiménez intentó salir múltiples veces de la isla, y cuando tuvo la capacidad para hacerlo, hizo todo lo posible porque su hijo también pudiera venir para darle rienda suelta a su talento.
Después de tres intentos fallidos, finalmente Jiménez pudo abrazar a Fernández y comenzar el camino que habría de llevarle de un preuniversitario en Tampa a las Grandes Ligas con los Marlins.
“Cuántas veces hablamos de sueños, de cosas por hacer, del futuro…”, explicó Jiménez. “Ahora nada de eso será realidad. Yo estoy destruido y no quiero ni pensar como están su madre y su abuela. El era la luz de todos y esa luz se ha apagado”.
Ya no le quedan lágrimas a Jiménez, pero el dolor quedará por siempre tras el accidente que en horas de la madrugada del domingo segara la vida de Fernández en un punto oscuro de Miami Beach.
Tampoco podrá cumplir su promesa de darle un abrazo este lunes, cuando le correspondía lanzar y ponerle punto final, en lo personal, a una temporada en la cual había reafirmado su carácter de hierro, su calibre de estrella.
“Quiero borrar de mi mente las imágenes del accidente”, recalcó Jiménez. “Quiero recordar a José como ese niño bueno, lleno de vida que peleaba como un león en el terreno y me daba los abrazos más tiernos”.